¿Por qué se hunden los barcos y quién investiga los naufragios?
“Vientres de acero, corazones humanos” es el último libro sobre naufragios reales en alta mar. Un relato sobre accidentes en el mar que te sitúa en el camarote de un barco, en su cubierta o en su sala de máquinas. Te hace sentir parte de una tripulación que vive además momentos trágicos.
El autor señala desde el principio a fallos y cosas extrañas que van a rematar en lo que sucedió. Y no es el último de los factores señalados una más que presunta corrupción, pues el tema de ahorrar en seguridad no es nuevo para nadie. Y es sólo uno de tantos ejemplos de prácticas corruptas en el mar, porque hay más. De hecho, hay demasiadas cosas que se pueden hacer mejor o peor en un barco, ya desde antes de botarlo siquiera, por lo que corrupción no significa sólo robar. Y hay muchas cosas que se deben revisar constantemente y también, probablemente, un no tan alto interés de las autoridades por asegurarse de que esto es así. De hecho, es una pregunta que el autor se repite a lo largo del relato, por muchas veces y sin darse respuesta del todo:
¿Quién supervisa las buenas prácticas marineras de todos los barcos que circulan por la mar?
El ejemplo más claro de los efectos de la corrupción lo tenemos en la política y más en concreto en las famosas comisiones, en la contratación de servicios por la Administración, de las que participan todos los niveles de esa dirección política: ayuntamientos, gobiernos locales y en general puestos administrativos que tiene la peculiaridad de que son personas que no están administrando sus propios sino los ajenos. Lo mismo sucede también, a menudo, con los mismos oficiales de los barcos, como delegados plenipotenciarios de todo lo que sucede en un barco.
Y esto les convierte en pequeños dioses a la deriva, con todo lo que esto conlleva en responsabilidades, las cuales exceden con mucho la simple cuestión de quedarse con la pasta o ahorrar en botes salvavidas. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el control al que son sometidos los naufragios es limitado, ya de entrada, por lo difícil que es acceder a los buques que se van a pique.

Malas prácticas marineras a bordo de barcos naufragados
Pero, ¿puede ser que los propios beneficiarios de las medidas de seguridad, los oficiales que dirigen los barcos, se equivoquen de forma tan torpe que comprometan la seguridad de todos y para empezar sus propias vidas? Es una absoluta paradoja, sí, pero no tan rara si uno se da una vuelta por una obra o fábrica y contempla cómo se hacen las cosas en los barcos.
¿Lleva todo el mundo el casco puesto? ¿Está todo el mundo asegurado, todas las horas laborales, y adiestrado en medidas de seguridad en el trabajo? Y si la respuesta es negativa a estas preguntas, en tierra firme, podemos imaginarnos qué no pasa en mar abierto, a muchas millas náuticas del inspector más cercano.
¿Hasta qué punto ha habido errores tontos y corrupción en los barcos, de varias clases, en el camino de factores diversos que desemboca en un naufragio? ¿Quién se ocupa de investigar los naufragios y depurar las consecuencias de todo tipo, legales y hasta penales, que pueden derivarse de la falta de medidas de seguridad o malas prácticas marineras?
Todo el mundo habla de la corrupción política, que es una auténtica pandemia mundial, pero en el tema de los barcos también se ha dado este tipo de corruptelas durante milenios. El ejemplo más tremendo lo tenemos en el gran naufragio de Santander, como decíamos, donde un caso de contrabando de dinamita produjo la mayor catástrofe de la historia de Europa, comparable a la explosión de Beirut en tiempos recientes. Sin embargo, este tipo de corruptelas navales no siempre se saldan con muertos, gracias a Dios, sino que son casos más silenciosos y que cumplen ese lema mafioso: “haz que parezca un accidente”. Pero es una problemática actual y muy real de la cual ha participado, como testigos de excepción, el autor del libro “Vientres de acero, corazones humanos”.

Demostrar la causa de un naufragio en alta mar no es tarea fácil
Y siempre quedarán dudas para la posteridad. ¿Se hizo todo lo que se pudo según, además, del código mundialmente aceptado de las buenas prácticas marineras? ¿Contaban con todo el material necesario y se dieron las órdenes oportunas? ¿Por qué no se ha investigado más este naufragio que costó tantas vidas? ¿Qué se puede decir sobre la influencia de la mercancía en lo que sucedió?
Son preguntas que flotan constantemente en este análisis a posteriori del naufragio, acerca del barco del relato, cuando incluso los testimonios de los supervivientes son a veces contradictorios. Cuando no se puede encontrar respuesta a temas tan obvios como por qué no se hizo esto, que es lo apropiado según las buenas prácticas marineras, o dónde estaba este material indispensable para la seguridad marítima. Preguntas que el autor lanza a las olas y a los no supervivientes, cuyo testimonio nunca volvió a la costa, pese a que afirma tener “apariciones” por parte de oficiales clave en un naufragio con víctimas mortales: muertos en la tragedia que, no obstante, parecen querer contar su triste historia desde el más allá. Es un poco la idea central de “Vientres de acero, corazones humanos”, una historia de misterio real que tiene que tener sus respuestas. Y es tarea de todos investigar los accidentes de algunos, sí, porque nosotros podríamos ser los siguientes.
La autopsia de un naufragio: demostrar la causa de muerte de un barco
Juan José Aja Sollet es un profesional de la Marina de la cabeza a los pies, con toda una vida dedicada al trabajo en la mar, que no ha querido guardar sus secretos ni llevárselo al fondo del mar, como tantos de esos barcos naufragados cuyo crimen no ha sido todavía ha revelado. La causa verdadera de su muerte en alta mar, sin testigos válidos, pero si con el móvil espurio de obtener beneficios de donde no se pueden sacar. De donde no se deben sacar. Pero el problema aquí es que es muy difícil demostrar la causa de muerte de un barco, pues no es fácil hacer la autopsia de un coloso de acero, tumbado a muchos metros de profundidad bajo el agua. Y las compañías aseguradoras de los buques suelen conformarse con la versión oficial de los tripulantes, de las propias navieras, que por supuesto cuentan la historia que más les conviene y que no siempre se ajusta mucho a la realidad.
Y quiero, ante todo, destacar la enorme sensibilidad de compañero que muestra en autor, en todas sus líneas, al describir todo el drama humano que supone haber perdido a tantos anónimos colegas de profesión, ya en el triste olvido de todos.